jueves, 14 de febrero de 2008

Palazuelo: por fin, un "matador" del Bierzo

(Artículo publicado en la revista TodoVino.)

La última y “arriesgada” propuesta vinícola del proyecto Matador llega inevitablemente a una de las regiones que más han cautivado a los locos del vino en los últimos años. Bajo el nombre y la etiqueta del artista Pablo Palazuelo, Raúl Pérez, uno de los enólogos más inquietos de esta denominación leonesa, ha creado un bierzo sereno, mineral y elegante.

El encargo de Matador a algunos de los enólogos más brillantes e iconoclastas del país es crear un vino único e irrepetible. Un vino que nunca más volverá a elaborarse, pensado con total libertad, sin presiones comerciales y de producción limitada. ¿El vino que uno regalaría a sus mejores amigos?

La revista que une arte, vino, música y tendencias y de la que se edita un único, impactante y lujoso número al año ha intentado “rizar el rizo” –dicen sus creadores– dedicando su volumen “K” al tema de la belleza.

Bierzo y belleza
¿Y qué es belleza en el vino?, podríamos preguntarnos. ¿Necesitamos un viñedo espectacular, una bodega de arquitectura desbordante y una botella capaz de destacar entre una multitud al primer vistazo? Lo cierto es que todo esto no funciona si no va acompañado de un resultado excepcional en la copa. Por ello, cualquier posible definición o acercamiento debería ser más sensorial. Quizás el vino que nos deleita más, el vino capaz de fascinar, sorprender y aportar nuevos matices en el tiempo. Tal vez también el vino capaz de sobrevivir a las modas...

Los nuevos tintos del Bierzo constituyen uno de los descubrimientos más excitantes del vino español de los últimos años. Bautizado como el “Priorat atlántico” por la coincidencia de viñedos centenarios con la afamada denominación catalana, pero dentro de un marco climático más fresco, se está convirtiendo en un sabor cada vez más valorado y apreciado por la crítica internacional. Las sorprendentes y estimulantes propuestas aparecidas en la zona tienen mucho que ver con el redescubrimiento de esas viñas históricas, situadas a menudo en complicadas pendientes difíciles de trabajar, con suelos de gran personalidad y cuyas uvas son sometidas a criterios enológicos más adecuados para subrayar las virtudes de la variedad autóctona mencía.

Raúl Pérez tiene una parte importante de responsabilidad en la eclosión vinícola vivida por esta zona en los últimos años. Y la etiqueta que acompaña este volumen “K” dedicado a la belleza procede del tipo de paisaje ancestral que explica el carácter diferencial de muchos vinos europeos apegados a la tradición y el terruño.

El personaje
Director técnico de Bodegas Estefanía, donde firma toda la saga de los Tilenus, desde el más asequible “roble” al caro y exclusivo Pieros, Raúl Pérez ha compatibilizado durante años esta tarea con el desarrollo de la bodega familiar Castro Ventosa, una de las históricas de la denominación que renovó brillantemente con la gama de los Valtuille. Hoy, bajo el nombre de Ultreia, ha arrancado su propio proyecto en solitario, tan arriesgado, personal y minimalista como los presupuestos en los que se apoya Matador. Y además está creando vinos en Riberia Sacra (Pecados), Rías Baixas (Sketch) y Valdevimbre, entre otros proyectos.

Si les contamos, por ejemplo, que Raúl Pérez intenta criar su albariño bajo el agua no es para que lo tilden de loco, sino para que vean hasta qué punto está dispuesto a llevar sus ansias por experimentar y conseguir beneficios añadidos para sus etiquetas. Ésta y otras son las historias que circulan en los corrillos de los “locos del vino” españoles (lo que los ingleses llaman wine geeks) y sus vinos, desde luego, ocupan un lugar privilegiado en estos foros.

Unan este anecdotario a la solidez de muchos de los vinos que elabora o ha elaborado y encontrarán al enólogo perfecto para recoger el guante de osadía que lanza Matador cada año por algún lugar de la geografía vinícola española.

El vino
Ya pueden imaginarse que el tinto pensado y diseñado para la ocasión no es un bierzo al uso. En su caso, Rául Pérez decidió dejar que un vino especialmente significativo para él se expresara con voz propia en la botella.

Las uvas proceden de un viñedo que en los últimos años se ha elaborado por separado, pero que siempre acababa diluyéndose en el ensamblaje con otros vinos. Se llama Villeras, tiene una hectárea y media de extensión, está orientado al sur y plantado con cepas de ¡130 años! Es, en definitiva, una de ésas pequeñas joyas de la denominación que han contribuido a crear vinos de marcado carácter y personalidad.

Pero el viñedo, además, tiene dos particularidades importantes. La primera que dado su estatus sobradamente centenario, además de la autóctona mencía, cuenta con un pequeño porcentaje (en torno al 8%) de dos variedades tintas muy minoritarias: sousao y bastardo (o merenzao) que aportan una cierta nota exótica.

Y la segunda, el carácter diferencial que le confiere su suelo arenoso, poco habitual en la denominación, pero inspirador en general de tintos de gran elegancia y finura. Al enólogo Telmo Rodríguez, que desde que hizo su propio “matador” ha estado coordinando la parte vinícola de este apasionante proyecto, le vienen rápidamente a la mente los majestuosos syrahs de la parte septentrional del Ródano que surgen de suelos similares.

Si Rodríguez, creador de la Cía. de Vinos que lleva su nombre, es un buscador nato de la elegancia, Raúl Pérez recibió con algo más que agrado la posibilidad de hacer un tinto cien por cien a su manera y que le permitiera alejarse de las mencías concentradas y poderosas que demanda ahora mismo el mercado: “Es una parcela de mi bisabuelo, de ésas de toda la vida y que en un momento dado se planteó arrancar. Por eso para mí ha sido una satisfacción trabajar con este viñedo que da un perfil de vinos personal y diferente, más de Borgoña”.

Se han elaborado sólo 2.380 botellas, lo que le convierte en uno de los “matadores” más escasos, aunque también hay que decir que este proyecto raramente ve pasar de largo las 3.000 botellas. La producción, al final, está limitada por el tamaño de un viñedo que Raúl está muy lejos de considerar “fácil”, sobre todo debido a su orientación sur. “Esto –nos cuenta– puede dar lugar a vendimias muy complicadas los años cálidos, pero 2005 fue bastante fresco en el Bierzo, con un verano no demasiado caluroso”.

Los “secretos de enólogo” incluyen una vendimia temprana y una intervención mínima en unas cepas de rendimientos de por sí muy limitados debido a su avanzada edad y que no dan más de 700-800 gramos por planta. La fermentación se ha hecho en tino de madera a la antigua usanza (¡con el raspón!) y el vino se ha sometido a una larga maceración para pasar a continuación 14 meses en barrica nueva de roble francés de tostado muy poco intenso sin someterse a trasiegos.

La etiqueta del artista recientemente fallecido Pablo Palazuelo, austera y conceptual, con sus trazos geométricos característicos acompaña muy bien a este tinto más preocupado por mostrar la esencia que por deslumbrar con fuegos de artificio. Y es que Raúl Pérez nos ha regalado un bierzo atípico que aboga por reducir distancias entre el terruño y la botella.

Refleja la cara más delicada e intimista de la mencía en una clara y gratificante conexión borgoñona. Hay más nitidez que intensidad en nariz, con gran definición de fruta roja y esa nota terrosa y mineral que identifica rápidamente a los bierzos de altura. En boca, junto al carácter mineral, destaca por su profundidad (que no potencia) y una maravillosa acidez que desvela influencias atlánticas.

Un tinto que se corresponde además con lo que muchos estábamos esperando del Bierzo: una expresión más sutil y delicada, menos concentrada, pero capaz de expresar el terruño de forma precisa y directa.

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