jueves, 14 de febrero de 2008

Aprendiendo olores con Alexandre Schmitt

(Artículo publicado en TodoVino.)

Decimos que el olfato es el sentido más importante de la cata, pero ¿realmente lo ponemos en práctica al cien por cien? El experto en olfacción Alexandre Schmitt se dedicó a “despertar” las narices de enólogos y periodistas a lo largo de una semana de trabajo en Madrid.

¡Pongan a trabajar su nariz! ¿Han pensado alguna vez cuántos olores podrían identificar correctamente? ¿Se sentirían ofendidos si les dijésemos que poco más de 20? ¿No es terrible teniendo en cuenta que tenemos 100 millones de receptores olfativos (Schmitt dixit) frente a una media de 10.000 papilas gustativas en la lengua?

La verdad es que la mayoría de las personas pasan por la vida sin saber que se están perdiendo un complejo, intenso e inmenso universo olfativo (los aficionados al vino, ¿quizás un poco menos?).

Si están pensando en adentrarse en este mundo, el francés nacido en Burdeos Alexandre Schmitt podría ser su hombre. La verdad es que incluso podría ser su héroe si les contamos que es capaz de identificar con precisión entre 1.200 y 1.500 aromas (“el trabajo de toda una vida”). Ustedes, sin embargo, no deberían de hacerse tantas ilusiones. Schmitt calcula que con un buen entrenamiento y formación podrían llegar, digamos, a los 100 o, como mucho, 200.

Este antiguo perfumista formado en el prestigioso ISIPCA (Instituto Superior Internacional de la Perfumería, la Cosmética y los Aromas Alimenticios) de Versalles, un centro único en su género, estuvo toda la semana pasada en Madrid impartiendo el I Seminario de Análisis Olfativo organizado por la Fundación para la Cultura del Vino y destinado a enólogos y elaboradores españoles. Durante los últimos quince años se ha dedicado a impartir cursos sobre olfacción con una atención muy importante por el mundo del vino en Francia, Portugal, Italia, Estados Unidos y ahora, por primera vez, en España.

Probablemente, su cliente más ilustre sea Jean-Claude Berrouet, director técnico de Pétrus durante 44 vendimias, quien ha escrito: “La habilidad de identificar ciertos componentes aromáticos con precisión me permite mejorar mis evaluaciones a nivel profesional, sentirme más seguro de mí mismo y trabajar mejor en catas analíticas de vinos”.

Oler con precisión
Intentando emular al afamado enólogo tomamos asiento para una demostración práctica del trabajo de Schmitt. “Cuando la gente emplea palabras para hablar de olores, no conoce con precisión el término que corresponde con la fragancia que capta”, señaló el experto en olfacción. Y a continuación comenzó a introducirnos en distintas muestras aromáticas. Métodicamente, empapaba tiras de papel en alguno de los numerosos frasquitos que tenía diseminados ante sí, los pasaba a izquierda y derecha y solicitaba nuestras impresiones.

Resina, serrín, madera seca, madera verde… en realidad, el nombre preciso del primer aroma era “cedro”. Un olor que, según Schmitt, tiene una pequeña parte fresca, de resina, y otra más importante, cálida y seca, de madera. El segundo papel dio pie a ideas como eucalipto, vicks vaporub, notas farmacéuticas, pintura... Era “pino” y, nuevamente, no hubo ninguna “diana”.

Pero quizás el aroma más sorprendente e inclasificable fue la “vainilla pura de Madagascar” que inspiró a los asistentes notas de toffee, café, aceituna negra e incluso jarabe de niños. Evidentemente, nadie pensó en la vainilla como tal y la explicación más sencilla es que nuestro patrón olfativo habitual es el de la vainilla sintética que, desde luego, no tiene ni la complejidad ni la profundidad aromática de la primera.

En cambio, pudimos oler la molécula “vainillina” exactamente tal y como la encontramos en el vino. Era un tipo de muestra sin volatilidad (lo que en la jerga olfativa se llama un olor “sordo”) y el aroma resultaba muy poco intenso, pero ¡qué diferencia respecto al anterior! Y ¡qué familiar para los catadores de vino!

De hecho, en las sesiones para enólogos y elaboradores Schmitt alterna la olfacción de aromas que son fruto de la mezcla de muchas moléculas (la fresa, por ejemplo) y de moléculas concretas presentes habitualmente en el vino. Como el temido vinyl-4-guaiacol & 4 ethyl-phenol, responsable de los brettanomyces (olor de establo, cuadra, animales) o el más temido aún 2,4,6-trichloroanisol, que da el famoso “olor a corcho”. Sin intención de aburrirles con nombres técnicos, sólo queremos poner de manifiesto el complejo mundo de interrelaciones químicas que se esconde detrás del vino, de los perfumes y de los olores en general.

¿Está muy lejos el vino del perfume? “En un perfume –dice Schmitt– podemos saber exactamente los aromas que hay a través de un análisis químico y con la ayuda de la nariz. El vino es mucho más complicado ya que depende de la magia de la naturaleza y cada año la cosecha es diferente”.

La percepción y la experiencia personal
El vino no es ajeno a este bordelés de maneras tranquilas y facciones relajadas que se defiende muy bien con el español. Su abuelo era comerciante de vinos, su bisabuelo elaborador y él siempre ha sido un consumidor sensible y, no hace falta decirlo, sobradamente capacitado para profundizar en el disfrute y comprensión del contenido de la botella.

Pero ¿cómo se crea una “nariz de oro”? En el caso de Schmitt, como pueden imaginar, no nació olisqueando el ambiente. Le encandilaron antes la pintura, con cinco años, y la música con nueve. Hijo de científico, la forma perfecta de unir la ciencia con ese talante artístico fue convertirse en creador de perfumes. Su “época dorada” en este sentido, antes de centrarse en la enseñanza, fue la de la industria química de productos de tocador (geles, jabones, colonias) que le ponía en contacto con hasta 800 aromas distintos ¡al día!

Con esta increíble experiencia, no deberían extrañarnos afirmaciones como “para memorizar un olor hay que conocer todas sus facetas” o “para identificar una resina hay que distinguir entre todos los tipos de resina que hay en el mundo; en occidente se entiende que el olor a resina es de pino, pero no así en América del Sur o Asia”.

Frente a esta capacidad increíble para reconocer los aromas más variados y exóticos, no pudimos evitar preguntar, con las últimas investigaciones sobre vino y percepción en la mano y la propia experiencia de cata si no hay un gran peso de la subjetividad en el asunto de los olores. La respuesta es muy rápida: “Hay una ‘sensación’ común que consiste en el mero hecho de oler y que puede considerarse una etapa pasiva. La etapa siguiente es la ‘percepción’, cuando entra en juego la mente y que está influida por la experiencia y el pasado de cada persona. El trabajo es mostrar que hay una descripción objetiva y una percepción analítica de los aromas, además de un vocabulario para estructurar el universo olfativo”.

¿Y qué pasa con el gusto personal? Porque hay personas que reaccionan negativamente a determinados olores. Según Schmitt, en ello influyen los umbrales de percepción; esto es, hay personas con mayor capacidad para captar ciertos aromas en concentraciones relativamente pequeñas que para otros sujetos pasarían desapercibidos y además siempre suele haber una razón detrás del rechazo de un determinado olor. Sin embargo, no está todo perdido: “El gusto es subjetivo y no es algo que podamos educar, pero el impacto sensorial sí se puede transformar trabajando sobre estos aromas problemáticos y profundizando en su conocimiento”.

Quizás, si estas reflexiones consiguen captar su interés, se despierten mañana por la mañana con el propósito de tener más conciencia del mundo olfativo que les rodea. Piensen entonces en la maravillosa reunión de matices aromáticos que encontrarán en una copa de vino. Aunque incluso para un virtuoso de la olfacción como Alexandre Schmitt, el mejor vino no es el que tiene más aromas, sino el que equilibra mejor esos aromas con la textura y el resto de sus componentes.

Bodegas Beronia lanza una edición limitada de su nuevo tinto '198 Barricas'

(Artículo publicado en finanzas.)

Bodegas Beronia, perteneciente a González Byass, lanzó un nuevo vino tinto, denominado '198 Barricas', que, con una producción limitada de 50.000 botellas, se comercializará en tiendas especializadas, clubs de vinos y asociaciones profesionales.

Según indicó González Byass en una nota, para este producto de carácter "exclusivo" se han escogido "las mejores uvas de Tempranillo, Graciano y Mazuelo" y destacó que "hasta las barricas donde ha envejecido el '198 Barricas' se han elaborado de forma minuciosa y artesanal".

Fundada en el año 1973 por un grupo de amigos empresarios, Beronia fue adquirida por González Byass en 1982, a partir del que "se ha apostado por productos de calidad, mejoras en los procesos de elaboración y crianza, rejuvenecimiento y ampliación del parque de barricas y una fuerte inversión en investigación y desarrollo".

En la actualidad, Beronia elabora dos líneas de vinos de Rioja, una clásica, con un Viura, un Crianza, un Reserva, un Gran Reserva; y y otra de corte más moderna, compuesta por los monovarietales Viura Fermentado en Barrica, Tempranillo de Elaboración Especial y Mazuelo Reserva, de forma que es "la única bodega riojana que elabora esta variedad con categoría de Reserva".

En cuanto al nuevo vino 'Selección de 198 Barricas', se trata de un vino realizado a partir de uvas seleccionadas, procedentes de los viñedos de una edad de 60 años, con las variedades de Tempranillo, Graciano y Mazuelo, cultivadas en terrenos arcilloso-calcáreos de los proveedores más próximos a Ollauri, en la Rioja Alta.

González Byass es una empresa familiar fundada en el año 1835 y dedicada a la elaboración de vinos de Jerez y brandies, con marcas como Tío Pepe, Soberano o Lepanto.

Esta compañía familiar está apostando por el desarrollo de marcas de vinos tranquilos en zona vitivinícolas representativas, como Bodegas Beronia, en Ollauri (La Rioja); Bodegas y Cavas Vilarnau, en Sant Sadurní d'Anoia (Barcelona); Bodega de González Byass en Otero (Toledo); y Finca Moncloa, en Arcos de la Frontera (Cádiz).

Dos 'vignerons' en La Rioja

(Artículo publicado en elmundovino.)

Para poder describir y apreciar en toda su grandeza los vinos de Abel Mendoza es imprescindible –como en pocas ocasiones- conocer a los personajes que se encuentran detrás de una aventura apasionante y escudriñar su carácter, tan importante a la hora del análisis de su obra. La síntesis de la personalidad de esta pareja de viticultores riojanos de San Vicente de la Sonsierra es ésta: no buscan la moda pero sí comprender el significado de cada terruño para lograr vinos que perduren en el tiempo. Abel, siempre acompañado por su mujer, Maite Fernández, es la encarnación de un auténtico 'vigneron' borgoñón independiente, arraigado a su tierra como si fuera un cosechero ilustrado.

La figura de Abel crece en el entorno del paisaje mágico que le rodea con la sierra de Cantabria como referente. Es un elaborador artesano, meticuloso, perfeccionista, individualista; un apasionado de la Borgoña y del trabajo en el campo, al que fía fía su labor, porque vive sólo para ello. Amable, inquieto, con un gran talante; imperfecto como todos los que tienen el terruño como filosofía y luchan por interpretarlo de la mejor manera posible. "Comprender la cepa", dice Abel.

Enólogo por constancia y obligación –Maite lo es por estudios- siempre va por delante de sus vinos. No suficientemente reconocido, porque su carácter introvertido, su timidez y lo poco dado que es a las apariciones públicas no le han convertido en un personaje mediático aunque en el cara a cara, cuando está a gusto, pierde ese recogimiento interior y se vuelve locuaz y expresivo. Tampoco se anuncia en los medios que, en contadas excepciones como es el caso de elmundovino, no lo sitúan en el lugar que le corresponde que es a la altura de los más grandes.

Su preocupación por respetar el ecosistema le lleva a ser en esencia –en la práctica lo es- un productor biológico y hasta biodinámico. Abel lo llama "agricultura a escala humana".

Veinte años no es nada
Su bodega, fundada en 1988 por el propio Abel junto a su mujer, posee 18 hectáreas de viñedo repartido entre San Vicente de la Sonsierra –donde se encuentra la mayoría-, Labastida y Ávalos, siempre en la margen izquierda del Ebro. Son, en su mayoría, pequeñas parcelas (35 ó 36) con ligeras pendientes y buena exposición. Las partes más próximas a las vaguadas siempre van al vino joven. Tiene todo tipo de marcos de plantación y, excepto media hectárea cercana al Ebro en espaldera, sus viñas presentan una conducción en vaso, "tienen artrosis porque va cada una por su parte". "Los emparrados parecen desfiles hitlerianos", asevera Abel.

Le gustan las podas cortas, deja unas 10 yemas y es muy meticuloso; pasa varias veces por el viñedo por si hubiera dejado algo no deseado. Apuesta por una frondosa masa foliar y despunta poco, sólo aquello que amenace con romper el sarmiento. Busca mantener la tradición pero de una forma serena y modernizada; los nuevos viñedos los planta con las castas blancas y tintas mezcladas con hileras completas en una nueva reinterpretación del pasado.

La edad media de las cepas es de 35 años e injerta madera de sus mejores cepas, buscando una selección masal propia. Se define como un "director de orquesta de lo que trae el año y las cepas son los músicos". Orquesta afinada, diría yo. Maite hace las veces de enóloga, relaciones públicas, recibe a los clientes, lleva la contabilidad y se encarga de la comercialización... El dinero que entra se reinvierte y, todo sea dicho, hay pocas parejas con menos espíritu comercial que ellos.

Sus comienzos se centraron en los vinos jóvenes, gracias a la producción de los viñedos que cultivaba su familia desde hacía décadas, en una visión personal del tradicional y tan popular vino de cosechero. A los diez años aparecieron los primeros vinos con verdadera ambición como fueron el tinto Selección Personal 98 (4.500 botellas) y el Abel Mendoza Blanco Fermentado en Barrica 98, un ensamblaje de malvasía y viura (vino blanco del año de EL MUNDO). Con la añada 2003 inicia una nueva experiencia con las castas tintas graciano y tempranillo despalillando grano a grano.

En la actualidad centra su producción en vinos con crianza y con capacidad para mejorar con el paso de los años. En menos de dos décadas ha mostrado un gran afán por la investigación, la inquietud, las pruebas y una búsqueda que nunca se detiene. Grandes logros y esporádicos sinsabores (como decía un conocido político italiano, sólo se equivoca aquel que hace algo, el que no hace nada no se equivoca). Abel no da sensación de agotamiento ni de desazón y ha continuado con la profundización sobre las posibilidades de los blancos riojanos: viura y malvasía fueron primero y luego ha recuperado variedades como la garnacha blanca o la turruntés. Siempre con riesgo, sobre el alambre y sin protección.

Filosofía
Su filosofía es la de un 'vigneron' –una palabra, como nuestra antigua 'viñador', mucho más expresiva que la de 'viticultor'- de Borgoña. Abel piensa que "no hay un modelo de viticultura que valga para cada cosecha sino que sólo hay que escuchar a la cepa e interpretar lo que te pide porque a la planta hay que dejarla hablar y nos contará todo lo que necesitamos saber". Contrario al riego como norma, prefiere que la planta sufra, porque "si riegas primero y llueve más tarde le has dado un alimento a la viña que no necesita y que repercutirá en la calidad del fruto de forma negativa".

La complejidad de suelos que encontramos en los 17 kilómetros que hay de distancia entre sus viñas es increíble, los terrenos de cultivo son accidentados y de composición variada: arcilloso-calcáreos (los más habituales), de margas, de areniscas finas, de cantos rodados, de limo... Las zonas más bajas con más sedimentos y las más altas donde, curiosamente, maduran mejor las variedades blancas. Tienen plantadas las castas tintas tempranillo (90%), graciano (3,2%), garnacha (1%) y las blancas malvasía (3%), viura (1%), turruntés y garnacha blanca (0,8%).

La posición geográfica de sus viñedos, a una altura media de 530 metros, le permite disfrutar de una climatología ideal para obtener excelentes uvas: pluviometría de 480 mm anuales y más de 2.000 horas de insolación al año, con una buena diferencia térmica día-noche.

La bodega es humilde y sencilla; su trabajo no sigue un mismo patrón en cada vendimia ni con cada uva. A la hora de fermentar, Abel apuesta por los depósitos de cemento con el único pero de que hay que limpiarlo y es muy laborioso y nada fácil. Cuentan para la vinificación con 16 depósitos de hormigón y 6 de acero inoxidable que van renovando gradualmente.

Los vinos
La producción total apenas alcanza las 80.000 botellas entre ocho o nueve vinos diferentes. Los rendimiento se mueven entre los 4.500 y 5.000 kilos por hectárea según la añada. Por ejemplo, en 2007 han sido apenas 2.800. Los vinos son comercializados bajo dos marcas: Jarrarte y Abel Mendoza. A los tintos le gusta añadir un poco de uva blanca como se hace en Côte-Rôtie, para dotarlos de mayor elegancia y finura, su mayor preocupación.

La crianza la realiza en roble francés procedente de multitud de tonelerías. Intenta una alquimia que recuerda a Chave porque cree que en el mestizaje de diferentes pagos, alturas, suelos y orientaciones es donde está la verdadera riqueza.

Respecto a los blancos, en la actualidad elabora diferentes varietales para "ver el potencial de cada uno por separado y, en el futuro, ser capaz de elaborar un vino que muestre la complejidad de la suma de todas las castas juntas".

Le gusta trabajar las lías finas durante cuatro o cinco meses y un poco de bastoneo para mantener la elegancia.
Entre los tintos, el tempranillo (Grano a Grano) nació con la añada 2003 de la que se comercializaron únicamente 600 botellas y 1.800 en las cosechas posteriores 2004 y 2005. Nace de cepas de más de 50 años procedentes de las parcelas Gallocanta y La Nava situadas en San Vicente de la Sonsierra. Menos de media hectárea con un rendimiento que ronda los 4.000 kilos por hectárea. Para la fermentación usan pequeños depósitos de 1.200 kilos de capacidad durante una decena de días. Descuba a barrica nueva donde realiza la maloláctica para proseguir con una crianza de 18 meses.

Para Abel, seleccionar las uvas que van al Grano a Grano es el no va más, es la máxima expresión de sus terruños, es la Borgoña y de ahí la elección de la botella.

Su graciano nació en 2003 con una única barrica y en 2004 y 2005 se produjeron 500 botellas de cepas viejísimas mezcladas con otras variedades en una de las parcelas heredadas de sus ancestros. El proceso de fermentación y elaboración es similar al del tempranillo. Han plantado nuevas cepas que ha intentado situar a diferentes alturas en suelos distintos para comprobar cuál es el lugar más idóneo.
Abel está trabajando en un clon diferente que descubrió su padre, al que llamó graciano tintorero. El profesor Javier Tardáguila, de la Universidad de La Rioja, me comentaba el otro día que era un cruce entre alicante bouschet (garnacha tintorera) y graciano. Veremos qué da en los próximos años.

El Selección Personal fue su primera gran apuesta y continúa siendo el emblema de la bodega. Surge de un viñedo con más de 40 años y dos hectáreas en El Sacramento. De un rendimiento de 4.800 kilos/ha nacen las 8.000 botellas. Utilizan depósitos más grandes y la maloláctica se desarrolla en cuba de hormigón y pasa 12 meses en barrica (30-40 % nueva y el resto de uno o dos años).

Del Jarrarte Crianza salen al mercado 16.000-18.000 botellas cada año de uvas procedente de viñedos de 35 años de edad situados en diferentes pagos. Tiene una crianza de 12 meses en barricas de roble francés Allier de un a tres años.

El Jarrarte Joven es un 100% maceración carbónica fermentado en depósitos de hormigón. Se elaboran de 35 a 40.000 botellas. Sigue teniendo una fiel clientela en la zona y se busca que sea diferente y muestre personalidad.

Los blancos son un verdadero enigma para Abel. Ávido de información, escarba en la historia de cada casta, en la escrita y en la oral; habla con las palabras de los viejos sobre el turruntés: "Ni lo vendas ni lo des que bueno para el tino es". Y certifica que tenían razón. La producción es, de momento, casi testimonial, son 8.000 botellas entre todas las microvinificaciones (viura, malvasía, garnacha blanca y torrontés). Utiliza las pocas cepas viejísimas que heredó de su padre (cuatro de garnacha blanca) y las ocho de malvasías prefiloxéricas de un viñedo de su bisabuelo, un poco de turruntés y viura. Se le suma la viña joven plantada hace unos años, que surge de la selección masal de sus propias viñas.

Sorprendentemente, la garnacha blanca aporta volumen y acidez alta con unos ph que van de 2,80 a 3. Presenta una gama muy amplia de aromas y "si con cepas jóvenes sucede esto, no sé cuál es el verdadero potencial pero imagino que será enorme" , continúa Abel. "La verdad es que te rompe los esquemas". Las viñas tienen apenas siete años.

De malvasía, tan olvidada por los viticultores por su sensibilidad a la botrytis y por los rendimientos poco generosos, recoge uva de unos cuantos pagos para no completar ni media hectárea con vides de más de medio siglo. Fue su primer blanco en el año 1992 y siempre la ha considerado la esencia y la tradición de La Rioja.
De viura tiene plantado menos de un tercio de hectárea con 30 años a sus espaldas y aporta acidez y equilibrio.

La turruntés riojana –no confundir con la torrontés, ya sea la gallega, la argentina o la canaria- fue uva de pedigrí en tiempos pretéritos pero casi desapareció después de finalizar la Guerra Incivil. Abel recuperó las ocho cepas familiares para clonarlas. Sus nuevas viñas tienen sólo seis o siete años y los rendimientos son bastante bajos (4.800 kilos). Colabora con una buena acidez, un moderado grado alcohólico y capacidad para envejecer.

Para los blancos prefiere los terrenos arcillosos frente a los pedregosos y las zonas altas antes que las bajas. Ha encontrado en algunas cepas mutaciones en los racimos con mezcla de granos blancos y tintos. Un misterio curioso a descubrir.

Abel se resiste a la globalización en una búsqueda incansable de la elegancia y finura, sello de la Borgoña y suyo propio. Un auténtico personaje. Nos sorprende cada día pero, sin duda, lo mejor está aun por llegar. ¡Y nosotros que lo veamos y disfrutemos!. Amén.

Palazuelo: por fin, un "matador" del Bierzo

(Artículo publicado en la revista TodoVino.)

La última y “arriesgada” propuesta vinícola del proyecto Matador llega inevitablemente a una de las regiones que más han cautivado a los locos del vino en los últimos años. Bajo el nombre y la etiqueta del artista Pablo Palazuelo, Raúl Pérez, uno de los enólogos más inquietos de esta denominación leonesa, ha creado un bierzo sereno, mineral y elegante.

El encargo de Matador a algunos de los enólogos más brillantes e iconoclastas del país es crear un vino único e irrepetible. Un vino que nunca más volverá a elaborarse, pensado con total libertad, sin presiones comerciales y de producción limitada. ¿El vino que uno regalaría a sus mejores amigos?

La revista que une arte, vino, música y tendencias y de la que se edita un único, impactante y lujoso número al año ha intentado “rizar el rizo” –dicen sus creadores– dedicando su volumen “K” al tema de la belleza.

Bierzo y belleza
¿Y qué es belleza en el vino?, podríamos preguntarnos. ¿Necesitamos un viñedo espectacular, una bodega de arquitectura desbordante y una botella capaz de destacar entre una multitud al primer vistazo? Lo cierto es que todo esto no funciona si no va acompañado de un resultado excepcional en la copa. Por ello, cualquier posible definición o acercamiento debería ser más sensorial. Quizás el vino que nos deleita más, el vino capaz de fascinar, sorprender y aportar nuevos matices en el tiempo. Tal vez también el vino capaz de sobrevivir a las modas...

Los nuevos tintos del Bierzo constituyen uno de los descubrimientos más excitantes del vino español de los últimos años. Bautizado como el “Priorat atlántico” por la coincidencia de viñedos centenarios con la afamada denominación catalana, pero dentro de un marco climático más fresco, se está convirtiendo en un sabor cada vez más valorado y apreciado por la crítica internacional. Las sorprendentes y estimulantes propuestas aparecidas en la zona tienen mucho que ver con el redescubrimiento de esas viñas históricas, situadas a menudo en complicadas pendientes difíciles de trabajar, con suelos de gran personalidad y cuyas uvas son sometidas a criterios enológicos más adecuados para subrayar las virtudes de la variedad autóctona mencía.

Raúl Pérez tiene una parte importante de responsabilidad en la eclosión vinícola vivida por esta zona en los últimos años. Y la etiqueta que acompaña este volumen “K” dedicado a la belleza procede del tipo de paisaje ancestral que explica el carácter diferencial de muchos vinos europeos apegados a la tradición y el terruño.

El personaje
Director técnico de Bodegas Estefanía, donde firma toda la saga de los Tilenus, desde el más asequible “roble” al caro y exclusivo Pieros, Raúl Pérez ha compatibilizado durante años esta tarea con el desarrollo de la bodega familiar Castro Ventosa, una de las históricas de la denominación que renovó brillantemente con la gama de los Valtuille. Hoy, bajo el nombre de Ultreia, ha arrancado su propio proyecto en solitario, tan arriesgado, personal y minimalista como los presupuestos en los que se apoya Matador. Y además está creando vinos en Riberia Sacra (Pecados), Rías Baixas (Sketch) y Valdevimbre, entre otros proyectos.

Si les contamos, por ejemplo, que Raúl Pérez intenta criar su albariño bajo el agua no es para que lo tilden de loco, sino para que vean hasta qué punto está dispuesto a llevar sus ansias por experimentar y conseguir beneficios añadidos para sus etiquetas. Ésta y otras son las historias que circulan en los corrillos de los “locos del vino” españoles (lo que los ingleses llaman wine geeks) y sus vinos, desde luego, ocupan un lugar privilegiado en estos foros.

Unan este anecdotario a la solidez de muchos de los vinos que elabora o ha elaborado y encontrarán al enólogo perfecto para recoger el guante de osadía que lanza Matador cada año por algún lugar de la geografía vinícola española.

El vino
Ya pueden imaginarse que el tinto pensado y diseñado para la ocasión no es un bierzo al uso. En su caso, Rául Pérez decidió dejar que un vino especialmente significativo para él se expresara con voz propia en la botella.

Las uvas proceden de un viñedo que en los últimos años se ha elaborado por separado, pero que siempre acababa diluyéndose en el ensamblaje con otros vinos. Se llama Villeras, tiene una hectárea y media de extensión, está orientado al sur y plantado con cepas de ¡130 años! Es, en definitiva, una de ésas pequeñas joyas de la denominación que han contribuido a crear vinos de marcado carácter y personalidad.

Pero el viñedo, además, tiene dos particularidades importantes. La primera que dado su estatus sobradamente centenario, además de la autóctona mencía, cuenta con un pequeño porcentaje (en torno al 8%) de dos variedades tintas muy minoritarias: sousao y bastardo (o merenzao) que aportan una cierta nota exótica.

Y la segunda, el carácter diferencial que le confiere su suelo arenoso, poco habitual en la denominación, pero inspirador en general de tintos de gran elegancia y finura. Al enólogo Telmo Rodríguez, que desde que hizo su propio “matador” ha estado coordinando la parte vinícola de este apasionante proyecto, le vienen rápidamente a la mente los majestuosos syrahs de la parte septentrional del Ródano que surgen de suelos similares.

Si Rodríguez, creador de la Cía. de Vinos que lleva su nombre, es un buscador nato de la elegancia, Raúl Pérez recibió con algo más que agrado la posibilidad de hacer un tinto cien por cien a su manera y que le permitiera alejarse de las mencías concentradas y poderosas que demanda ahora mismo el mercado: “Es una parcela de mi bisabuelo, de ésas de toda la vida y que en un momento dado se planteó arrancar. Por eso para mí ha sido una satisfacción trabajar con este viñedo que da un perfil de vinos personal y diferente, más de Borgoña”.

Se han elaborado sólo 2.380 botellas, lo que le convierte en uno de los “matadores” más escasos, aunque también hay que decir que este proyecto raramente ve pasar de largo las 3.000 botellas. La producción, al final, está limitada por el tamaño de un viñedo que Raúl está muy lejos de considerar “fácil”, sobre todo debido a su orientación sur. “Esto –nos cuenta– puede dar lugar a vendimias muy complicadas los años cálidos, pero 2005 fue bastante fresco en el Bierzo, con un verano no demasiado caluroso”.

Los “secretos de enólogo” incluyen una vendimia temprana y una intervención mínima en unas cepas de rendimientos de por sí muy limitados debido a su avanzada edad y que no dan más de 700-800 gramos por planta. La fermentación se ha hecho en tino de madera a la antigua usanza (¡con el raspón!) y el vino se ha sometido a una larga maceración para pasar a continuación 14 meses en barrica nueva de roble francés de tostado muy poco intenso sin someterse a trasiegos.

La etiqueta del artista recientemente fallecido Pablo Palazuelo, austera y conceptual, con sus trazos geométricos característicos acompaña muy bien a este tinto más preocupado por mostrar la esencia que por deslumbrar con fuegos de artificio. Y es que Raúl Pérez nos ha regalado un bierzo atípico que aboga por reducir distancias entre el terruño y la botella.

Refleja la cara más delicada e intimista de la mencía en una clara y gratificante conexión borgoñona. Hay más nitidez que intensidad en nariz, con gran definición de fruta roja y esa nota terrosa y mineral que identifica rápidamente a los bierzos de altura. En boca, junto al carácter mineral, destaca por su profundidad (que no potencia) y una maravillosa acidez que desvela influencias atlánticas.

Un tinto que se corresponde además con lo que muchos estábamos esperando del Bierzo: una expresión más sutil y delicada, menos concentrada, pero capaz de expresar el terruño de forma precisa y directa.